Una vez que finalmente llegó al segundo piso, sus ojos se llenaron inmediatamente de lágrimas debido a lo que había presenciado. El pasillo, una vez llen…
Una vez que finalmente llegó al segundo piso, sus ojos se llenaron inmediatamente de lágrimas debido a lo que había presenciado. El pasillo, una vez lleno de la animada charla de los niños, ahora estaba inquietantemente silencioso. Las paredes estaban adornadas con fotografías descoloridas que capturaban momentos de alegría y risas.
Se acercó a una de las imágenes y le temblaban los dedos mientras trazaba los rostros de los niños sonrientes. Entre ellos se reconoció a sí misma, una versión más joven con ojos muy abiertos e inocentes. Se le formó un nudo en la garganta y luchó por contener sus emociones.
Mientras avanzaba por el pasillo, podía oír los débiles ecos de su propia risa, entrelazados con las risas de amigos desaparecidos hacía mucho tiempo. Los recuerdos volvieron a inundar su mente, pintando imágenes vívidas. Recordó los juegos que jugaban, los secretos que compartían y los sueños que alguna vez tuvieron.
Al doblar una esquina, se acercó a la puerta de su antiguo salón de clases. El mango se sentía frío y desconocido en su mano. Empujó la puerta para abrirla, revelando una habitación congelada en el tiempo. Los escritorios estaban cuidadosamente ordenados y el pizarrón cubierto de ecuaciones y lecciones de una época pasada.
Una oleada de nostalgia la invadió, mezclándose con una profunda sensación de pérdida. Recordó a la maestra que la había alentado, los amigos que habían estado a su lado y los sueños que todos se habían atrevido a soñar juntos.
Mientras exploraba más, se topó con un rincón olvidado, escondido detrás de una estantería polvorienta. Allí, escondidos como un tesoro olvidado hace mucho tiempo, había montones de cartas escritas a mano. Cada uno fue cuidadosamente conservado, atado con una delicada cinta. Su corazón se aceleró al reconocer la letra familiar.
Las lágrimas corrían por sus mejillas cuando empezó a leer. Las cartas estaban llenas de esperanza, sueños y promesas de amistad eterna. Eran testimonios de una época en la que su futuro parecía ilimitado y su espíritu inquebrantable.
En ese rincón tranquilo y olvidado, encontró consuelo en las palabras de su yo pasado y de sus queridos amigos. Las cartas hablaban de una época en la que creían en la magia de sus sueños, una época antes de que las pruebas y tribulaciones de la vida pasaran factura.
Con las cartas apretadas con fuerza en sus manos, regresó por el pasillo. Los recuerdos, antes dolorosos, ahora tenían una belleza agridulce. Prometió llevar adelante el espíritu de aquellos días, honrar los sueños que una vez se habían atrevido a soñar juntos.
Y cuando dejó ese lugar atrás, supo que el segundo piso contenía algo más que recuerdos. Contenía la promesa de un futuro lleno de la misma esperanza y determinación que alguna vez habían alimentado sus corazones juveniles.